Porque hoy es tu día, mamá, queremos hacerte un regalo muy especial.
Porque siempre estás pendiente de todo y de todos.
Porque antepones las necesidades de los demás a las tuyas.
Porque tu cerebro es una super computadora capaz de almacenar decenas de fechas, datos y tareas.
Porque trabajas, cuidas de los peques, te ocupas del hogar y, muchas veces, también estudias.
Porque tú puedes con todo (o eso crees), este post es para ti.
Porque te lo mereces, y lo sabes.
Hoy queremos ayudarte a educar sin estrés. O por lo menos poner a tu alcance algunos trucos para reducir el nerviosismo y la ansiedad que te producen en algunos momentos el sentir sobre tus espaldas todo el peso de la maternidad.
Comencemos con la paciencia. ¿Qué crees que fue primero? ¿El huevo o la gallina? ¿Crees que son tus hijos y tus decenas de responsabilidades las que agotan tu paciencia? ¿O quizá lo que sucede es que tienes poca paciencia y por eso se te agota tan deprisa? ¡Zas! Cri, cri cri…
Y cuando esa paciencia se agota, aparecen el estrés y la ansiedad.
¿Qué es el estrés?
Pero, ¿qué es el estrés?
Se trata de una respuesta psicobiológica (física y mental) natural ante un hecho que supone una amenaza o un peligro para la integridad de la persona.
Cuando tu cerebro detecta señales de peligro a su alrededor activa un primitivo mecanismo de defensa para ponerte a salvo. Ese mecanismo se manifiesta en el cuerpo de dos maneras: haciendo frente al peligro (atacando) o huyendo de él.
Este impulso químico del cerebro hace que se desencadenen a nivel fisiológico una serie de reacciones que hacen que tus órganos vitales se pongan en alerta: el corazón late más deprisa, los pulmones se llenan más de aire, el hígado vuelca más azúcar a la sangre, etc.
En el reino animal esta respuesta instintiva es la que mantiene con vida a unas especies, mientras que otras se convierten en comida de las primeras. Y una vez pasado el peligro, todo vuelve a la normalidad en su organismo. Se desactiva la respuesta ante el peligro, se desactiva el estrés.
Pero, ¿qué sucede en tu organismo una vez ha pasado el peligro? En primer lugar, que tu cerebro entiende como peligro que tu jefe te llame a su despacho o que tu hijo solo se coma medio plato de macarrones en lugar de un plato lleno hasta arriba, más un filete de pollo y un yogur de postre. Entre tú y yo, estos no son peligros que pongan en riesgo tu vida, pero tu cerebro no lo entiende así. El problema radica en que una vez pasada la situación de “peligro” te quedas enredada (tu cerebro racional se queda enredado) en aquello que despertó la respuesta de estrés y tus órganos siguen funcionando como si el peligro continuara al acecho.
Esto es lo que hace que durante todo el día te sientas nerviosa, le des muchas vueltas a las cosas y, en la mayoría de los casos, te provoque ansiedad. Estás en un estado de alerta permanente.
Seguro que llegados a este punto te va a resultar más fácil entender lo siguiente. Si estás todo el día nerviosa y en estado de alerta, es difícil cultivar la paciencia. Tu estado es más bien reactivo, es decir, estás “a la que salta”. Y esto te lleva en algunas ocasiones a reaccionar de manera excesiva e injusta con tus hijos y con tu pareja. Este tipo de reacciones te llevan a sentirte mal contigo misma y esto aumenta tu ansiedad, y otra vez vuelves a empezar.
¿Te suena algo de lo que te estoy contando?
¿Qué puedes hacer tú para reducir tu estrés y ansiedad?
Seguro que muchos de los trucos que te voy a dar ya los has escuchado y, es posible, que los pongas en práctica. Si es así, fenomenal, sigue haciéndolo. Una de las claves del autocontrol es la constancia en el cambio de hábitos.
- Haz ejercicio físico a diario. Elige una actividad que te guste y ponla en práctica con frecuencia. Puede ser nadar, bailar, dar un paseo de media hora todos los días. Cualquier actividad que te ayude a descargar las tensiones diarias.
- Dedica veinte minutos al día a practicar relajación. Y enseña a tus hijos a relajarse. Una técnica que funciona muy bien en niños y adultos es la respiración profunda.
También puedes utilizar esta técnica en cualquier momento que notes que la ansiedad te invade. Respirar hondo y respirar te puede ayudar a no dar una respuesta excesiva o injusta.
- Evita tomar decisiones si te sientes muy desbordada por el enfado. Tómate el tiempo que necesites para tranquilizarte y retoma el tema que te desbordó cuando te sientas más relajda.
- Dedica tiempo a hacer alguna actividad gratificante, que te llene como persona. Es muy importante que te desarrolles como persona.
- Puedes unirte a un grupo de personas que se encuentren en tu misma situación o que simplemente tengáis algo en común. Comunicarte con otras personas, además de con tus hijos y pareja, puede ayudarte a salir de tu bucle mental de nervios y estrés.
- Si empiezas a notar que la situación se te va de las manos, sal de la habitación o pide a tus hijos que se vayan lo más calmadamente que puedas. Observa como la rabia de ese momento desaparece en unos minutos.
- Prepara un plan B cuando la rabia te invada y date la enhorabuena cada vez que seas capaz de ponerlo en práctica. Por ejemplo, puedes decirte a ti misma, “voy a decir las cosas con calma y no voy a levantar la voz.
Un exceso de estrés contribuye a crear un clima familiar tenso y agobiante. Todo el mundo está a la que salta, todos discuten, todos se preocupan…Esto afecta directamente a como os comunicáis entre vosotros. Y la comunicación es uno de los pilares de las relaciones familiares satisfactorias y del bienestar emocional.
Sin duda, tú puedes con todo, pero ¿a qué precio? Te animo a que tomes conciencia de tu estado de ansiedad y pongas en práctica algunas de las herramientas que te acabo de contar.
Porque te mereces…y lo sabes.
Feliz Día de la madre.